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ISSN 1989-4163

NUMERO 93 - MAYO 2018

Las Calientes Lunas de Mempo Giardinelli

Adán Echeverría

Editorial Planeta Argentina S.A.I.C. / Seix Barral. Buenos Aires, Argentina. 71 pp.

Quizá eso era el machismo, ese segundo de espanto
que sentimos cuando enfrentamos a la mujer.
Mempo Giardinelli.


Uno puede volverse violador, pederasta y asesino, en una sola noche. Los actos de nuestra vida resultan de las decisiones que tomamos. Como un juego de vídeo, si tomamos tal decisión ocurrirá algo, y si tomamos una diferente, los caminos serán disímiles. Nada está escrito, como quieren hacernos creer las religiones. La diferencia con el video juego es que jamás sabremos qué otra cosa pudo haber pasado. Ser asesino es una decisión que se toma. Como se decide ser borracho, drogadicto, pederasta, violador de mujeres, niños, hombres, homosexuales. Las decisiones de todos los días marcan nuestro destino, y aunque intentemos escapar a nuestras responsabilidades, justificar nuestras acciones, o alejar nuestros pensamientos, el reconocimiento de nuestros actos quedará.

Jamás seremos el mismo personaje de años anteriores, el que fuimos al cometer un error ya no existe. En el presente, el personaje que somos viene cargado con los actos que nos dan forma. Soy un escritor que intenta discernir sobre las acciones que marcan nuestra vida, he comenzado a hacerlo; antes no era ese individuo. Existe un antes y un después, y nos permite la reflexión, tomar la decisión de ya no ser aquel personaje, encarar nuestras culpas, errores, enfrentar las consecuencias. Eso es un poco lo que Mempo Giardinelli construye en su muy famosa “Luna caliente”. Novela en la que el autor camina bordeando el arquetipo nabokoveano de la mítica “Lolita”.

Desde el inicio de la novela, el autor no permite escapatoria a su personaje-narrador: “Sabía que iba a pasar; lo supo en cuanto la vio.”, palabras con que abre, para continuar retratando el repugnante acto de un joven adulto que intenta justificar su instinto de depredador sexual de menores: “Ramiro la miró y supo que habría problemas: Araceli no podía tener más de trece años.”
Se trata de una obra manchada con el canon occidental. En ella el autor nos regala sus influencias: Elias Canneti, Fiodor Dostoievsky (Hermanos Karamazov, Crimen y Castigo), Thomas De Quincey (Del asesinato como una de las bellas artes, Confesiones de un opiómano), T.S. Eliot, junto a  los personajes de la leyenda del Doctor Fausto, o Borges y sus monstruos mitológicos, que nos permiten caminar las páginas con las ideas del asesino de la historia revoloteando en nuestra mente.

Ramiro Bernárdez obtiene su doctorado en París y vuelve a la Argentina a trabajar como docente en una universidad; pero luego de una cena, es incapaz de controlar sus instintos sexuales ante la presencia de una pequeña de 13 años, Araceli. Hasta acá, la historia puede ser completamente conocida por todos. Casos de pederastas como el del personaje de “Lolita”, la novela de Nabokov, son muy conocidas por todos. Y quizá vuelva a nuestra mente aquella admonición del prologuista de la obra del ruso-norteamericano: “Sin duda, es un hombre abominable, abyecto, un ejemplo flagrante de lepra moral, una mezcla de ferocidad y jocosidad que acaso revele una suprema desdicha, pero que no puede ejercer atracción”. Precisamente para no ser tan solo un texto derivado,  Giardinelli nos ofrece en su novela una genial vuelta de tuerca. Haciendo del “depredador”, la presa de sus propios remordimientos, como fantasmas que lo persiguen y que toman cuerpo, carne, huesos, sudor y seducción, para arrebatarle la tranquilidad y hacerlo escapar, huir desesperadamente, como un títere de las decisiones de su carcelero.

Giardinelli es hábil al ir lanzando poco a poco la furia intelectual de las mujeres que rodean a su personaje: “Sólo una madre puede entrar así a la habitación de un asesino, sin que éste reaccione”. Y entonces Ramiro Bernárdez se nos torna patético, caricaturesco, cobarde, y por lo mismo, de suma peligrosidad. Giardinelli extrae la venganza: Mujeres que lo cercan, y le hacen pagar sus actos. Aquel “gozamos con el crimen”, toma un nuevo derrotero. El masoquista dice ‘basta por favor, ya no puedo más’.

“Una muerte es todas las muertes”. Solo basta cruzar la línea imaginaria del No hacer, para haberlo hecho, y entre hacerlo una vez y repetirlo, no hay diferencia. Es el primer muerto el que causa miedo, los siguientes te harán acostumbrarte. Es la primera vez que hacemos el amor la que causa temor en el joven, en la muchacha, las siguientes veces serán para volverse expertos. Es la primera violación sexual la que causa terror, quizá angustia, luego el depredador sexual será mucho más precavido para no ser atrapado. El remordimiento ocurre justo cuando los delitos han sido descubiertos. Y Ramiro Bernárdez traza la educación y cultura que cree haber mamado en Europa, cargado en la soberbia de mirar sobre el hombro a los demás: familia, conocidos, la policía misma, para intentar salirse con la suya. Se cree experto, se siente poderoso, piensa que es inteligente y que sus actos quedarán impunes. Mempo Giardinelli ha sabido dibujarlo con maestría:
“Odiaba a las mujeres, sólo entonces se daba cuenta. "Soy un misógino", se rió. Aunque no, no era tan así. En París, varias amigas lo habían acusado de machista; en veladas inolvidables, juguetonas, divertidas, discutiendo sobre las conductas de los hombres frente a las mujeres. Machista, le decían; feministas primarias, alocadas, contraatacaba él. Y se reían. No sabían nada de la vida.”

Las veladas justificaciones del actuar de muchos hombres son reproducidas, y entonces la novela muestra el retrato social sobre el que se ha caminado en las últimas 3 décadas, desde 1980: “Las mujeres representan el sentido común que nos falta a los hombres, se confesó. Y eso es lo que los hombres tememos. Por desearlas y necesitarlas, les tenemos miedo. Nos causan pavor.” Ramiro se convirtió en un vulgar violador, y acusa a la pequeña Araceli de haberlo provocado, de haberlo querido.

Los escritores somos sensibles a los actos de la sociedad, y esto es lo que nos permite observar el comportamiento de los demás, el cómo nos afectan, y cómo afectamos a los demás. Giardinelli se da tiempo de filosofar sobre el machismo, al que denomina: “El instante de terror que nos produce reconocer su sensatez, su aparente fragilidad (lo que nosotros queremos ver como fragilidad), su intrínseca posibilidad de anclaje en una estabilidad que los hombres no tenemos. Porque, quizá, lo que nos diferencia no es sólo la tenencia de un miembro unos y de vaginas otras; lo que nos diferencia es la imposibilidad de aceptar y reconocer la diferencia. He ahí lo que rechazamos en el otro sexo.” Y el autor de la novela continúa: “siempre son los ignorantes los que opinan.”

Es Mempo el que nos habla, o es la propia conciencia de Ramiro, el personaje al que vemos evolucionar para ser cada vez peor persona: pederasta-asesino-ladrón: “Pero también vio que algo siniestro había en su propia conducta: él había corrompido a la muchacha.” “Y esa chica, esa adolescente, era la que lo arrastraba ahora con una determinación diabólica. Y podía ser su hija. Peor aún, podía haberla embarazado. Toda moral se derrumbaba; esto era peor que ser un asesino.” La corrupción de los menores, en franca oposición al estatuto que indica que todo adulto tiene la obligación de “ver por el bien superior de la infancia”.

Lo rico de la obra de Giardinelli, es cómo logra mostrarnos el estado de terror que prevalecía en la Argentina del no muy lejano año de 1977; y cómo al día de hoy 2018, ese mismo sentimiento de persecución policiaca se comienza a filtrar por la narices en este México, en dónde las armas caminan clandestinamente en los barrios, en las zonas rurales; y donde hombres y mujeres temen por su vida y su deambular libremente por las calles y caminos de pueblos y ciudades. Luchas ideológicas de género, asesinato de tantísimas mujeres, derechos civiles violentados, asesinatos de periodistas, todo lo que para estas fechas ocurre en México, aparece filtrado en la violencia que caminan las páginas de “Luna caliente”. La capacidad del escritor en la construcción de la cobardía de su personaje, que es incluso capaz de buscar pretextos para culpar a la pequeña de trece años, y exclamar: “esa chica era el demonio reencarnado”.

 


Luna caliente

 

 

 

 

 

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